Ruido. Jorge Galán
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Pelícanos como gotas de azúcar
regresan con la marea alta, mujeres
siempre ancianas ponen a secar el pescado
y el aire adquiere una densidad
semejante a la del humo que despiden los incensarios
en la hora cuando las oraciones
recuerdan a los muertos.
Promontorios de eternidad en las esquinas.
Humo petrificado sobre el labio inferior.
Y sé que cuando no exista nada que esperar,
ni un viaje, ni un susurro que nazca entre los arbustos,
ni una sombra que entre a la casa
debajo de la puerta, cuando la rama
oscile para nadie, cuando la inmensidad
no detenga la niebla vespertina,
meteré la cabeza en un cubo de agua
y gritaré para despertarme
en mitad de la muerte>>.